ARACA SUR es un espacio artistico que surge ante la necesidad de vivir y difundir nuestra identidad. Por un lado como habitantes de la geografía del sur del mundo, de Latinoamérica, de Buenos Aires. Por otro, ARACA SUR, también participa del sentimiento de sentirse o "ser" al sur como elección y no sólo como determinante de una ubicación geográfica.
O apenas un recorte personal de nuestra Historia intrincada al margen de un río barroso.





miércoles, 18 de noviembre de 2009

Era mágica. Estaba hecha para desaparecer.

Ella no se despedía. No te decía -bueno mirá no funcionó, te deseo lo mejor-, o, -siempre nos quedará París...-
Ella te regalaba un libro, que dependía de sus últimos descubrimientos (sobre ella, claro está) y entonces uno tenía que interpretar por el título o alguna reseña personal sobre el autor, o el color de la tapa (ni hablar si era verde... el verde era el color de su furia) lo que nos quiso decir, y que así se iría de nuestra vida para dejarnos entre un mensaje oculto en letras y hermosos recuerdos que ella misma se había encargado de inventar porque así quería ser evocada, ejemplos: ella colgando las cortinas en nuestra casa, ella encremándose antes de acostarse, ella guardando caramelos en mi mochila, ella regalándome una postal vieja, etc.
Y uno, después de tanta imagen de ella con ella, terminaría por comprender que su amor fue una suerte de composición de cuadro. Y que lo mismo daba llorar o no, porque ella nunca fue real.
Eso sí, era mágica. Estaba hecha para desaparecer.

miércoles, 28 de octubre de 2009

extraña combinación, o no tanto, es esta curiosidad, mezcla con tedio. este apostar con la carne hasta dónde llega la pose y dónde se comienza a bordear otra cosa.
como si se pudiera señalar lo real. el dolor es real. pero hasta el dolor se deshace con el agua.
y se ofrece ansiedad como flores. o se besa un espejo frío.

domingo, 11 de octubre de 2009

"La Peripecia" de Eliana Medero y Rafael Walger

Había algo rancio en el aire. Pero esta vez no se trataba de los viejos trucos secándose al sol. Ni podía ser el cuero de eso que aún no despertaba.
Decidió esperar alguna señal de furia, la que no llegaría hasta mucho después. Repasó Yuyo Verde como un mantra: “de tu país ya no se vuelve, de tu país ya no se vuelve”.
Estaba decidido. Abrió el gran baúl, lo vació de puntillas, sábanas y manteles. Detalladamente fue escogiendo una a una las cosas que llevaría: un lápiz, un atado de papeles, un cuchillo que le regaló su padre, un vaso y un plato de lata, sus tres camisas, un par de zapatos que le regaló su madre y nunca usó, una frazada que creía olvidada. Viendo qué llevar encontró una caja con fotos. Sin mucha curiosidad tomó la caja mientras recordaba aquellas palabras que había escuchado en medio de alguna objeción, hacía varios años ya, y que, ahora, parecían sonar a revelación: "si necesitamos ver fotos de lo que fuimos, estamos jodidos". En un acto casi mecánico, fue pasándolas todas sin detenerse en ninguna en especial, como si las decenas de fotografías fuesen exactamente iguales. Así que las dejó, ya nada valía más que su decisión. Tomó unos cassettes, una almohada, una botella de vino y cerró el baúl. Le puso unas cinchas y lo cargó en su espalda. En su cuello colgó su grabador de sólo un bafle Panasonic, lo prendió y los Beatles inundaron sus ojos. Empezó la marcha.
Descubrió que el calor era capaz de despertar los sentimientos más miserables que, con no poco esfuerzo, había estado evitando. Se sintió de pronto agotado cuando comprobó que en la calle todavía algunas personas parecían esperar algo de él. Pensó: "y, bueno, no te gustan los Beatles... a mí tampoco me gustás vos, y acá estamos mirándonos las caras." Masticó puteadas cuesta arriba por la calle adoquinada. Lennon le decía: I am the eggman, they are the eggmen. I am the walrus, goo goo g'joob.
Su marcha era constante, hacia arriba. El baúl golpeaba las copas de los frutales y las naranjas caían. Las naranjas se pudrirían al sol. Él sólo quería buscarse.
Pero, ¿por dónde empezar? ¿Cómo se busca un hombre cansado de su hombre? ¿Dónde detener la mirada, dónde ya nunca más? Pendulaba entre el asco y la incertidumbre, pero nunca en el arrepentimiento.
Pensó en el vino. La idea de beber le amortiguó por un rato el peso en la espalda. Intentó creer que repasaba ideas que luego escribiría, pero sabía que muy poco o casi nada de todo aquello sobreviviría cuando se detuviera. Porque entonces tendría que cuidarse, y mucho, porque ya no era cuestión de detenerse en cualquier sitio.
El sudor, las lágrimas y la baba se mezclaban en un rastro dudoso. Cuando quiso darse cuenta ya estaba en cuatro patas. Se sintió elefante y ratón. Se sintió puta y cliente, verdugo y ahorcado. Se sintió único y repetido. Camino en cuatro patas media calle más hasta que el viento lo sacudió de flores… "Bang! Bang! Maxwell's silver hammer came down upon her head, Clang! Clang! Maxwell's silver hammer made sure that she was dead!!!” Vio los pies más hermosos jamás vistos...
"No. No pueden estar ahí. ¿Qué hacen estos pies en mi camino?" se dijo. Sabía que empezaría a dudar si aceptaba su curiosidad. Pero también sabía que no podía perder ya nada más. ¿O sí?
Por un segundo trató de idear cuál sería la mejor manera de parecer digno de de esa cercanía. Pero lo que manejaba esos pies definitivamente parecía más resuelto que él.
Dudó en incorporarse. El anillo que abrazaba el dedo en ell pie de esa presencia le aseguraba tormentos y frustraciones, como también, probablemente, placer y juventud.
Vio sus piernas doradas, su pollera de seda verde, sus manos cargadas de ganas. Y vio su ombligo, se detuvo ahí.
“Hola” le dijo ella con su voz de pasto recién cortado.
"Y encima habla" dijo en una voz suficientemente baja y cobarde. Entonces fue cuando tuvo que mirarle los ojos. Si no hubiera tenido ojos tal vez hubiese sido mejor, porque esas dos bolitas parecían encaprichadas en pegotearse sobre su miseria para desenmascararlo, o al menos para burlarse un buen rato. Y él lo sabía. Sabía que algo superior llegaría para destruir su no plan.
Perdido en el mar de sus ojos negros, quiso responder el saludo pero cayó de espaldas. "Lucy in the sky with diamonds" flotaba en un viaje interminable al ridículo. Quedó como tortuga tomando sol. Ella se le acercó, sonrió. Su cadera rozó su brazo y se marchó. Él pasó toda la tarde y la noche boca arriba sobre el baúl, caminado constelaciones.
Si fue real o no, qué importaba. Sin duda se trató de un accidente del universo.
Los bichos en su cabeza le roían las ideas.
Lo redimió comprobar que la botella de vino aún estaba intacta, había permanecido toda la noche debajo suyo.
Antes de incorporarse sintió al tiempo pasar por su lado izquierdo. Una cosquilla feliz lo devolvía a la vida, se retorcía de realidad.
Desenganchó las cinchas y cayó al suelo. Rápidamente abrió el baúl y tomo la botella, sacó el corcho y bebió, bebió todo de un trago. Se cambió la camisa, tomó el cuchillo y estrenó los zapatos. Se alejó tres pasos del baúl, lo despidió y se marchó.

Definitivamente, la ligereza era toda una religión a profesar.
El vino ondulaba en su estómago, se sentía casi en paz. Escarbó en sus bolsillos, tal vez podría procurarse algo de comida en un lugar barato, y hasta sentarse a una mesa para mirar por la ventana cómo pasan, repetidas, las horas.
Volaba… Todo le daba lugar, todo lo saludaba y él saludaba a todo con sonrisa de nuevo novio. Y sin embargo, ¿quién era esa mujer y dónde encontrarla? ¿cuántas mujeres como esa existirían?.
Las mujeres nunca habían sido parte de sus mejores recuerdos. Es más, si se tiene en cuenta una cierta que mal le habría pagado su amor, podría decirse que no le cabía mucha fe en ese tipo de existencia.
De todas maneras, un poco por aburrimiento y otro tanto porque tenía que procurarse algún tipo de vida más o menos convincente, siempre terminaba siendo un reincidente. Pero esta vez era distinto, o eso quería creerse. Quería no repetir los detalles de aquel fantasma en cada vestido nuevo. Quería ser sólo él. Un hombre, o lo que quede de él.
Entonces masticó sus voces, las devolvió a su letargo y miró pájaros. Una sana envidia lo alcoholizó, empezó a correr e intentar volar. Entre patético y envidiable daba saltitos y aleteaba, hasta llego a graznar un par de veces. Luego de un rato sintió despegarse del suelo.
Pensó que otra existencia tenía que ser posible. Que si el quería podría ser pájaro, zapato o esquimal. Sólo tenía que sentirlo. El creerlo llegaría sólo.
Levantando una ceja logró ver una ventana con alegres cortinas movidas por el viento. Viento que le señalaba y le decía: "acá pollo al horno con papas, batatas y zapallo". Caminando en esa dirección el viento le dijo: "acá hogar, mesa y sillas, cama con acolchado". Ya casi en la puerta el viento le dijo "¿usted quién es?" Miró hacia abajo, impostó levemente la voz y respondió: "ahora soy sólo hambre". Lo creyó y entró. Experimentó una vaga sensación de pertenencia o compañerismo, allí todos iban a lo mismo. Un poco de la rutina diaria, en el mejor de los casos, la de meterse algo en el estómago para cumplir aunque más no sea con una función vital.
La casa era chica. Nadie le preguntó nada. Le hicieron un lugar en la mesa. Le sirvieron una pata con su muslo, papas, batatas y zapallo "El viento no se equivocó" pensó. Comió sin levantar la vista. Escuchaba a los demás comer, pero no se atrevía a mirarlos.
Cierto es que habría preferido la pechuga, pero no tenía ganas de alterar demasiado el orden de lo que la providencia le estaba ofreciendo. Se sentía arrojado al azar, pero a la vez, dueño como nunca de sus mínimos pasos. Las batatas, en cambio, podrían ser las mejores que había probado en su vida. Precisamente terminaba de comerse la última cuando algo le pateó la pierna. Cabeceó rápido y descubrió que en la mesa había sólo mujeres. Todas hermosas y de distintas edades. Todas lo miraron y coreográficamente le sonrieron. El apetito por la comida fue reemplazado súbitamente por otro más pulsional. Se vio tigre rodeado de ciervas. Una escena que algo superior le estaba ordenando dirigir, o al menos actuar pronto, antes de que se dieran cuenta.
En el apuro empezó diciendo: "estuvo delicioso..." Ahora la sonrisa de las mujeres estalló en una carcajada colectiva más violenta de lo esperable. Tuvo miedo, sintió que lo había arruinado todo. Pero las carcajadas siguieron al ritmo en que fueron retirados los platos, y terminaron con la llegada del postre: gelatina.
Las mujeres lo miraban fijamente, él sentía claramente pánico. ¿Cuál ficha mover? De a una, fue mirándolas a todas. Una le asintió con la cabeza, como diciendo "comé, comé". Con su mano tomo un poco de gelatina y la comió. Ellas comenzaron a codearse y a cuchichear.
"Es en vano" pensó, "cualquiera será la incorrecta, como lo son todas cuando el pulso vuelve a calmarse". Algo le decía que ese lugar era el templo de su cobardía, que allí podría encontrar pseudo-respuestas a todo.
Empezó a ponerle precio a las sonrisas, todas tan baratas y sin embargo tan caras le saldrían a él, que luchaba con su dignidad, que se rasgaba el alma sin saber bien para qué, pero con cada vez más indicios de para qué no.
Tiró los dados de su vergüenza y sumaron cinco. Contó de izquierda a derecha "uno, dos, tres, cuatro, cinco". Miró a la ganadora de sus miserias, una mujer que tendría la edad justa. Tembló. Inventó una invalidez en el reglamento de dados mentales, algo que lo excusara y le diera chance de tirar nuevamente. Lo hizo. Cinco. Pero justo cuando se decidía a tomar envión para realizar algún gesto de evidente complicidad con ella, escuchó por primera vez allí, la voz de un hombre. "Buenas -dijo- soy Justo Morales, ¿el grabador es suyo? Vea, sucede que la radio de aquí no funciona desde hace días, y... bueno… si no lo toma a mal, ¿no me dejaría encenderla un rato?"
Por algún motivo esa voz le acalambró el alma. Morales tenía en su mano la Panasonic de un bafle. ¿Cómo sabía ese hombre que el aparato era suyo? Él ya había olvidado su existir. Había olvidado el existir de casi todo.
No llegó a responder que en la radio ya se escuchaba Sandro. Quedó como hipnotizado, un aura de profundo romanticismo lo envolvió al mirar a la número cinco. Pero, ¿qué tendría que ver el tal Morales con ella? Lo mejor sería aclarar las intenciones con él, indagarlo, sellar la complicidad con ella. Por un momento creyó que allí comenzaba el gran juego.
"Sandro… como Elvis pero argentino… je…" Nadie sonrió. Se escuchó hasta el ruido de una estrella morir. Morales movió el dial y lo dejó en una sintonía evangélica.
Era la sobremesa. En la habitación todo olía a pollo. Número cinco le ofreció un cigarrillo. "¿Quiere?" Tenía dedos largos, finos y medio verdosos. "Soy Emilse. Rosario (señalando a una de las maduras), Mercedes (que podría llegara a ser la hermana mayor de Emilse, por el parecido), y ellas son Lala y Lele (andarían entre la niñez y la brutalidad).
"No fumo" respondió, y todas lo miraron incómodas. Morales le trajo un café en un cacharro de metal. Emilse no sabía si prender el cigarrillo o no, ella no fumaba pero le prendía los cigarrillos a Morales. "Chicas, pongan cómodos a los señores" dijo Rosario. Lala y Lele atendieron a Morales; Emilse y Mercedes, a él.
Mercedes le trajo un cenicero de lata con la propaganda "pida su café con gotas de 3 plumas".
Emilse, después de recoger los platos, se perdió por un pasillo. Mercedes le dijo al oído: "me parece que quiere que usted la siga... pero tómese el café tranquilo", y se instaló en una cocina improvisada detrás de la mesa para ponerse a fregar en una palangana los vasos, cubiertos y platos.
"El camino del señor esta lleno de tentaciones" dijo Morales mientras Lala y Lele reían. "El asunto es encontrar el punto exacto, como la cuerda floja… ¿Cuál es su nombre?” “¡¡¡Ayyyy!!!” Mercedes se cortó la mano al rompérsele un vaso y la sangre inundó la palangana.
Siempre fue un hombre de reflexión más que de acción, así que se quedó impávido viendo cómo se coloreaba el agua. Lala corrió a ver el corte mientras Lele buscaba un repasador limpio. Sólo atinó a alargar un poco el cuello para mirar con más detalle, gesto que quiso ser interpretado por Mercedes como preocupación, de manera que ésta le dijo: "No es nada. Viene bien, así se va la sangre vieja. ¿…le impresiona?"
"No, estoy acostumbrado." ¿De dónde sacaba esas respuestas? ¿Por qué nadie lo golpeaba por ser tan nada? "Vaya pal fondo mi amigo, yo me quedo con las nenas" le dijo Morales. Lo de "las nenas" le quedó en la cabeza mientras se incorporaba y comenzaba a andar el camino hacia Emilse. Divisó el pasillo y fue hasta él. Antes de cruzar el umbral, volvió a relojear la sala. Pero ya nadie reparaba en él. A medida que avanzaba en sus pasos, un olor a incienso se hacía más intenso. Lo mismo que una melodía que conocía perfectamente "I cant give you anything but love" por la mismísima Billie.
Emilse... recordaba su cara espléndida y sus manos casi verdes. Lo sorprendió no recordar su cuerpo.
No encontró puerta para golpear, sólo había una cortina de gasa. El incienso lo purificaba. Entró al cuarto y vio un colchón en el suelo, algunas velas sin prender, y un gran espejo manchado frente al colchón. No vio a Emilse, pero sabía que estaba ahí.
Fue directamente al colchón. Se acostó sin dudarlo cómo si hubiese estado esperando ese momento con urgencia. Hacía un poco de calor.
Lo último que vio antes de cerrar los ojos fue una mancha de humedad en el techo que tenía forma de copa. Le pareció todo un augurio.
Escucho el caminar de Emilse, la percibió arrodillándose en la punta de la cama.
Ella le quitó los zapatos y con una aceite frío le frotó los pies. "Con esto me doy por hecho" se dijo, flojo, a sí mismo. Emilse le quitó su harapiento pantalón y lo dejó en calzones.
Sintió el leve pudor de quienes quedan a mitad de la desnudez. Sintió pena por ella, porque nada podía ofrecerle más que su cuerpo allí tendido para recibir todo de esa mujer verdosa que le tocaba los pies, y un poco de lo que habría en el lugar de los que todavía tienen alma.
Ella empezó a cantar con una voz de violín. Avanzó hacia el pecho de él, le desabrochó la camisa y comenzó a frotarlo. Él creía no poder soportar tanto contacto. Escuchaba su canto y oía también historias que se tejían en su mente
Creyó que lo mejor sería no decir nada, dejarla hacer. Tampoco pudo evitar pensar que tendría que haber un error, que de ninguna manera ese momento místico podría haber sido planeado para él.
Y hasta llegó a pensar (mientras ella le lamía las muñecas como en un ritual) que tal vez ella lo mataría, pero ¿para qué, por qué? Que él no sabía nada de esa gente, que por qué ella le lamía las muñecas y no lo besaba o lo montaba... Y también estaba la sospecha sobre ese cuerpo, jeroglífico femenino, al que no sabía aún si llegaría a acceder.
Se sintió hociqueado, lamido como un hueso. Se preguntó si todo eso estaría bien. Olas de mueres-perro verdosas rompían unas con otras en el maremoto de su conciencia, y él se ahogaba cada vez más.
Hasta que se dio cuenta que ella se había detenido, la escuchaba respirar a su lado derecho. No se puede estimar cuánto tardo en abrir los ojos, pero lo hizo. La vio mirándolo con ojos casi vacíos. Se sorprendió de no encontrarla desnuda. Una suerte de camisón o enagua beige demasiado traslúcida le decía que ahora era su turno de hacer.
Bañado en sudor, no sabía cómo empezar. Se daba cuenta que nunca había tenido sexo, siempre lo confundía con el amor. No podía poseer una mujer si no la enamoraba. Esta era su oportunidad de separar las aguas y no sabía cómo. Torpemente cerró sus ojos y besó sus labios.
Ella simplemente se dejo besar. Ella no estaba ahí siendo besada. Ella estaba para que la besaran. Pero él sólo sentía su deseo y una ferocidad creciente que no fue correspondida. Recién entonces la volvió a mirar y se apartó un poco para verle toda la cara. Emilse no parecía inmutarse por la decisión. Es más, aprovechó para tenderse boca arriba en el colchón. Tal vez miraba la copa de humedad en el techo cuando le dijo:
"No sé si irme ahora o más tarde... ¿me ayudás?" Él sintió abuso, sintió vergüenza, sintió hastío y amargura, sintió cansancio y castigo. Sintió tanto que logró llorar. Miró las paredes y miró sus propios bordes. Extrañó su baúl y sus pequeñas certezas. Se paró y decidió ser cruel. "Yo sé mucho menos que vos; de todo, no sé nada" le dijo. Se vistió rápidamente y besó la frente de Emilse con el mismo apuro con el que salió de la habitación. Dejó el cuchillo (regalo de su padre) en la mesa, a modo de paga por la comida. Rosario, Morales y las otras lo miraron extrañadas. "No sé si hay mucho en este camino pero yo voy por más" les dijo, o se dijo a sí mismo. Salió rápidamente se la casa. La vergüenza lo impulsaba hacia cualquier rumbo. Tal vez hacia la mujer que lo enamoró en la calle, la de la voz de pasto recién cortado.
Se sentía miserable pero igual emprendió algo así como una búsqueda. De todas maneras ningún destino es mejor que otro, sobre todo en su caso, en donde el absurdo y el hastío parecían seguirlo como sombras.
Recordaba el anillo en el pié y la pollera de seda verde cuando creyó descubrir que, tal vez, el conjuro para que se aparezca habría sido "Lucy in the sky...". Lamentó no haberse llevado la radio.
Las piernas aguantaban. Rasgando sus mejillas con lágrimas peregrinas, avanzó por ciudades e indómitos carnavales. Miró mujeres diosas, mujeres hambre, mujeres madres, mujeres gordas, gordas de aguante, gordas de espera... "¿Qué es el día si no es amor?" se condenó. Y una niebla lo vistió a él y a sus miedos.

Sin embargo, con el tiempo, la palabra amor empezó a deshilacharse en su cabeza. Y la desesperación dio lugar al tedio, en la forma de una furia triste. Por momentos, las mujeres y los sánguches de sopa fueron lo mismo. Dejó de pensar en soportarse y casi creyó aceptarse. Pero siempre entre él y su paz encontraba bichos comiendo.

Fue un largo camino que lo llevaría siempre al mismo lugar: lo que no es real y pesa sin forma.
Un año entero pasó desde que comenzó su marcha. Todavía se repetía a veces "¿por que no puedo besar una mujer amor?" La búsqueda no parecía ayudarle a encontrar un sólo vértice donde dejar de pasarse la mano por el lomo.
Lo verdaderamente cruel era que creía encontrar guiños del destino en las más bajas arbitrariedades de lo que él llamaba, inútilmente “señales”. Una vez, por ejemplo, estuvo corriendo detrás de un auto, en cuya radio se oía la contraseña beatle, esperando que la canción la hiciera aparecer. Pero sólo consiguió un esguince y dos ganchos volados de izquierda-derecha, cuando el conductor advirtió un posible robo.

Su errante camino de tan cruzado se hizo llano. Y al fin no buscó más. Nada más.
Se acostó en una plaza y contempló el sol, maravillosa esfera que se daba toda y nada le pedía. Cerró los ojos y empezó a bañarse por dentro, capturando los olores de la plaza. Se inventó una primavera. Quiso cantar pero ninguna letra recordó, aunque una música en su cabeza lo invitaba a crear letra. La dejó salir. Sonreía y se sorprendía. Era algo así: "voy sin vos, voy con sol, todo verde alrededor, todo sin sabor."
Realmente le hacía mucha gracia. Se reía con toda su vida. Las carcajadas eran un ruido estrepitoso, como espasmos de bestia. Sin duda, empezó a ser advertido por los paseantes.
Nunca le había interesado el reggae (a penas podía identificar el ritmo), pero ahora era, sin quererlo, el mayor de los rastamanes. Bailaba en el suelo, cantaba y reía "voy sin vos, voy con sol, todos bailan alrededor, todo sin amor". No creía en lo que cantaba, pero le salía bien. Era auténtico y ridículo.
Algunas noches dormía en esa placita cercana al puerto. Un par de veces, de mañana, en su delirio creyó ver un rostro familiar entre la gente, pero desayunado por el sueño y la desidia, no prestó atención.
Los fines de semana había feria. Sin saber que era domingo, se acercó hipnotizado por los colores. Los feriantes ya lo tenían visto. Todos tenían una historia diferente sobre él, que fue un militante aguerrido y se entrenó en la isla; que es un multimillonario en banca rota; que no es de acá y fue un refugiado muchos años... Hasta alguien que confesó: “la verdad no sé quién es, pero a veces canta y me gusta, lo tienen que oír."
Se acercó a mirar el puesto de un artista que pintaba óleos con motivos de tango. Las imágenes supieron cómo afectarlo. Sintió claramente la pena de no haber sabido abrazar nunca a ninguna mujer de esa manera. Una nostalgia bruta lo envolvió y los colores terminaron de herirlo. La boca se le fue abriendo casi hasta el piso, y de a poco se fue convirtiendo en "el grito" de Munch. Todo él eran espatulazos de óleo. La espalda desnuda de una rubia tomada por la mano de un hombre sin rostro. Y los labios carmín, brillando con la seguridad del beso más preciso...
"Señor, esa señora lo busca" le dijo una niña tirándole de los pantalones. Giró su cabeza, aún con el rostro de Munch. Una mueca de falso desdén le cambió el semblante. Pero los ojos eran otra cosa. Eran gelatina de miedo puro. En algún sitio de su miseria la ansiedad volvía a crecer.
"Se burla, ¿quién podría buscarme?" Quiso dudar como si esos pensamientos pudieran hacer un conjuro contra el dolor.
La niña se rió al ver las muecas del hombre. Él buscó con su mirada de holocausto quién sería aquella persona. Y la vio... Le vio las piernas doradas, la pollera de seda verde, y sus manos cargadas de ganas. El odioso anillo abrazando el dedo de aquél pie. Le miró el rostro, el mismo que había dejado de imaginar hace tiempo y que era una invitación al olvido de todo lo que sobra.
Le bastó un segundo decidirse a confirmar si era real, porque no podía terminar de creer que haya tenido la bondad de presentarse tal cual la conservaba su memoria. La miraba sonreír, tan fresca, desoyendo tal vez presagios, que no pudo más que agradecer la crueldad de haberla encontrado. Ella retrocedió dos pasos cuando el avanzó uno, con la complicidad de los que juegan.
Mirándola sintió al fin tocar su centro. Ella parecía comprenderlo todo con su sonrisa. Se volteó y comenzó a caminar. Él flotaba tras ella, bebiendo su perfume. Ella llegó a una esquina y se detuvo para cruzar. Él le tocó el pelo y era suave como llovizna. Ella se dedicó a dejarse tocar. Reanudó la marcha y él, detrás, agradecía cada roce de su pollera.
"¿Por qué me seguís?" se despachó ella, seca, mientras se recogía el pelo con un broche de carey. Lo perturbó la inquisición, pensaba que todo estaba claro, que por fin se habían encontrado, que ella seguramente también lo habría estado esperando...
Ella le dejó el silencio para que él hiciese, realmente parecía no tener apuro en escuchar la respuesta.
"Porque quiero" dijo seguro. “Qué sé yo…”, remató y le tomó la mano. Él comenzó a caminar más rápido que ella, con mucha decisión. Estaba dispuesto a ser hombre: "haré de mi cerebro la hembra de mi espíritu y de mi espíritu el varón de mi cerebro" se dijo a sí mismo. Pero su caminata no tenia destino claro. Ella, detrás, tapaba risitas con la otra mano.
Algún dios piadoso puso pronto frente a ellos una escalera al río, y él lo agradeció besando la mano que apretaba. La invitó a sentarse en el primer escalón de arriba. Ella parecía fascinada y sin edad, más precisamente, sin tiempo.
Ambos miraban intermitentemente el horizonte y sus manos.
Pasó un rato hasta que volvieron a descubrirse.
Estaba todo tan claro que pensó que no haría falta nada más. Pero, por suerte, no se creyó mucho el engaño y la tomó suavemente por la nuca. La besó.
Un cardumen de sensaciones recorrió sus labios, su lengua y toda su columna. Una explosión de novedades lo descontroló.
El beso lejos estaba de ser “un beso”. Más bien fue un pacto necesario, sellado por el río. Una alteración más en el orden del mundo, pero para su mundo era la claudicación. Sabía que en el mismo instante en que dejara de besarla algo se habría roto. Que habría traspasado los límites de su abismo.

Alzó la mirada y soltó media sonrisa.
Sin miedo, sin pensamiento, y sin ella.
No le quedó ni la duda.

viernes, 14 de agosto de 2009

Círculo. Pablo de Rohka

Ayer jugaba el mundo como un gato en tu falda;
hoy te lame las finas botitas de paloma;
tienes el corazón poblado de cigarras,
y un parecido a muertas vihuelas desveladas,
gran melancólica.

Posiblemente quepa todo el mar en tus ojos
y quepa todo el sol en tu actitud de acuario;
como un perro amarillo te siguen los otoños,
y, ceñida de dioses fluviales y astronómicos,
eres la eternidad en la gota de espanto.

Tu ilusión se parece a una ciudad antigua,
a las caobas llenas de aroma entristecido,
a las piedras eternas y a las niñas heridas;
un pájaro de agosto se ahoga en tus pupilas,
y, como un traje obscuro, se te cae el delirio.

Seria como una espada, tienes la gran dulzura
de los viejos y tiernos sonetos del crepúsculo;
tu dignidad pueril arde como las frutas;
tus cantos se parecen a una gran jarra obscura
que se volcase arriba del ideal del mundo.

Tal como las semillas, te desgarraste en hijos,
y, lo mismo que un sueño que se multiplicara,
la carne dolorosa se te llenó de niños;
mujercita de invierno, nublada de suspiros,
la tristeza del sexo te muerde la palabra.

Todo el siglo te envuelve como una echarpe de oro;
y, desde la verdad lluviosa de mi enigma,
entonas la tonada de los últimos novios;
tu arrobamiento errante canta en los matrimonios,
cual una alondra de humo, con las alas ardidas.

Enterrada en los cubos sellados de la angustia,
como Dios en la negra botella de los cielos,
nieta de hombres, nacida en pueblos de locura,
a tu gran flor herida la acuestas en mi angustia,
debajo de mis sienes aradas de silencio.

Asocio tu figura a las hembras hebreas,
y te veo, mordida de aceites y ciudades,
escribir la amargura de las tierras morenas
en la táctica azul de la gran danza horrenda
con la cuchilla rosa del pie inabordable.

Niña de las historias melancólicas, niña,
niña de las novelas, niña de las tonadas,
tienes un gesto inmóvil de estampa de provincia
en el agua de asombro de la cara perdida
y en los serios cabellos goteados de dramas.

Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente,
como la eternidad encima de los muertos,
recuerdo que viniste y has existido siempre,
mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres,
toda la especie humana se lamenta en tus huesos.

Llenas la tierra entera, como un viento rodante,
y tus cabellos huelen a tonada oceánica;
naranjo de los pueblos terrosos y joviales,
tienes la soledad llena de soledades,
y tu corazón tiene la forma de una lágrima.

Semejante a un rebaño de nubes, arrastrando
la cola inmensa y turbia de lo desconocido
tu alma enorme rebasa tus hechos y tus cantos,
y es lo mismo que un viento terrible y milenario
encadenado a una matita de suspiros.

Te pareces a esas cántaras populares,
tan graciosas y tan modestas de costumbres;
tu aristocracia inmóvil huele a yuyos rurales,
muchacha del país, florida de velámenes,
y la greda morena, triste de aves azules.

Derivas de mineros y de conquistadores,
ancha y violenta gente llevó tu sangre extraña,
y tu abuelo, Domingo Sánderson fue un HOMBRE;
yo los miro y los veo cruzando el horizonte
con tu actitud futura encima de la espalda.

Eres la permanencia de las cosas profundas
y la amada geografía llenando el Occidente;
tus labios y tus pechos son un panal de angustia,
y tu vientre maduro es un racimo de uvas
colgado del parrón colosal de la muerte.

Ay, amiga, mi amiga, tan amiga mi amiga,
cariñosa, lo mismo que el pan del hombre pobre;
naciste tú llorando y sollozó la vida;
yo te comparo a una cadena de fatigas
hecha para amarrar estrellas en desorden.

Zig-Zag 1925

martes, 21 de julio de 2009


me había sentado en el patio de tierra a espejear sin fé cuando se me apareció como la virgen de la Candelaria a Maria Livia. bajo el cielo de Purmamarca me contó entre coca y bica cómo cantar los sonetos de Shakespeare con la cajita coplera. me regaló su piedrita. a cambio le dejé una rayuela.

sábado, 20 de junio de 2009

la calle del agujero en cabrera

aconteció la suerte de un encuentro
que paso a paso me dejó sus huellas


fernando cabrera canta en Almagro, a metros de seis años en una cueva húmeda y al rastro de un abrazo rojo que aún no puedo escribir, porque yo también voy lento.

ahora no se cómo se cuenta lo íntimo. podría nombrar una presión en el pecho y una tensión en la garganta o una felicidad que se parece a la tristeza. sí voy a decir que estalló una estrella y que andá a juntar los pedazos de un poema en portugués.

(nada del asunto del tobogán de lágrimas que de vergüenza)

por eso te pido una vez más
tomátelo con tranquilidad
puede ser ayer nunca o después
pero tu amor dame alguna vez

como una sombra imantada siempre un paso más allá y un visceral sentimiento de fé, así me encuentra el mal del sueño, corriendo de una calle a otra para no deshacer el puente que no es sólo musical, para honrar esa dulzura distante que cada vez es menor.

pero para qué nombrar con palabras de este mundo lo que mal a penas se puede balbucear.

dejemos hablar al viento diría Onetti.

o escuchemos la música de junio corriendo por las calles de almagro

sólo que no puedo olvidar la partida encandilada. ¿sucedió o sólo fue el fulgor de la estrella? Yo lo vi desarmarse antes de irme. Yo me hubiera quedado para siempre esa noche.

lavalle. el puerto. uruguay. mario bravo. cabrera.


hay que rondar el silencio.

sábado, 13 de junio de 2009

El guardián del hielo. José Watanabe.

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil

Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardían del hielo.

un desconocido silba en el bosque

Un desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre lee a sus hijos un cuento de hadas
y el hermano muerto escucha tras la puerta.

Se apaga en la ventana
la bujía que nos señalaba el camino.
No hallábamos la hora de volver a casa,
pero nos detenemos sin saber dónde ir
cuando un desconocido silba en el bosque.

Detrás de nuestros párpados surge el invierno
trayendo una nieve que no es de este mundo
y que borra nuestras huellas y las huellas del sol
cuando un desconocido silba en el bosque.

Debíamos decir que ya no nos esperen,
pero hemos cambiado de lenguaje
y nadie podrá comprender a los que oímos
a un desconocido silbar en el bosque.

Jorge Teillier

dos canciones dos (una)

farolito de papel o una canción más de otoño

como una rayuela de plástico chino
origami pisoteado antes de subir al cielo
o a la calesita

y un Resnais fuera de foco


Mucho humo y poca luz,
farolito de papel...


(no pudiste rumiar nada más que un plagio)

jueves, 11 de junio de 2009

ROQUE DALTON, POEMA XVIII

De nuevo la gran sima, las viejas
usanzas! Qué hacer entonces con nuestra risa,
qué hacer con nuestra libertad,
con nuestra moral basada en la cólera?

Me hablas del espíritu -viejo tema dominical-,
eres bella y supongo que tienes una verdad para ejercicio de tu creencia
(yo tengo los ojos fijos en ese insecto aplastado,
en su vientre que acaba en una viscosidad amarilla).

¿No advertís lo aburrida que puede ser la esperanza?
Lo que importa es tomar una desición:
la del asesino, la del que se atreve al fin a ser él mismo,
la del salvador o la del héroe.

No puedes pasarte la vida volviendo,
sobre todo a la porquería que tienes por país,
al desastre en que te han convertido la casa de tus padres,
sólo por el afán de saludar o traernos palabras de consuelo.
Toda piedad aquí es cruel si no incendia algo.

Todo signo de madurez debe probar su capacidad de destrucción.

Y no pidas mucha certidumbre. Cuando uno se ahoga
no pregunta a qué puerto va el primer lanchón que pasa.

Pero sobre todas las cosas la santa, la pura impaciencia.

Incluso te digo que te cuides de tu rebeldía.
Ella es el mejor corazón,
pero también es capaz de segregar podredumbre.
No debemos hablar más así. A estas alturas sería difícil
encontrar una broma, alegrarnos.

En cada costado llevamos tantos muertos
y bajo la piel tantos demonios,
que el momento más grave de nuestra vida
es ese en el cual luchamos por reír.

Además, resulta tan increíble nuestro aferramiento al amor!

Es que nos hemos dejado embaucar y estamos tan indefensos
que ni siquiera atinamos a escoger entre los más altos deberes.

Al mismo tiempo queremos salvar al viajero perdido, a la fiera y a la montaña.
En todo caso,
la eficiencia de nuestras creencias de hoy
(ciertos dioses, nosotros, ciertas actividades furtivas, ciertos odios)
estará por completo en manos de su frescura.
La juventud sí salva. El día en que el mundo
haya vivido lo suficiente para ser joven
podremos dedicarnos a cuidar los hijos
o a darnos celos en cuestiones del cuerpo.

Mientras tanto no nos limitemos a esperar.

Hemos dicho cosas demasiado graves
para quedarnos impávidos en la súplica de un veredicto.

No estamos solos.


ROQUE DALTON. POETA Y REVOLUCIONARIO SALVADOREÑO (1935-1975)

martes, 26 de mayo de 2009

Juan Lucangioli y Eliana Medero en el Caras y Caretas



Juan Lucangioli nos brinda una atmósfera musical donde se entrecruzan el candombe, la milonga,la bossa y el folclore, y con letras que recorren lo cotidiano, el amor, lo espiritual sin perder la simpleza y la frescura en el discurso.
Junto a Carlos Carrizo(guitarra) Esteban Buazzo (percusión), Luis Bertorelli(batería), Lucas Bianco (bajo).
Y Eliana Medero (voz) como artista invitada, de vuelta del Festival de Tango en Cork, Irlanda, de la mano de su maestro y amigo Juan, esta vez con canciones que reflejan un sentido camino por la música latinoamericana.


Viernes 05 de junio 21hs
Centro Cultural Caras y Caretas
Venezuela 330
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Reservas 5354-6618


Invita Araca Sur

lunes, 25 de mayo de 2009

"Visible, invisible" Arturo Carrera

Que este brío dure,
que los pájaros imiten el grito de los terneros
al anochecer. La gata agazapada
bajo el vaho de las buenasnoches.

Y mezclas, matices,
pero como se mezclan dos nubes
y como entra en el incienso el hipo del incienso
haciéndonos sentir su barrido,
su despejo de falsas sensaciones.

Y como entra la noche en el atardecer
bajo la soledad sonora de los grillos
—la música callada de las luciérnagas mezquinas.

y que se unan otra vez esas rachas de sonido
a la única voz en que juntos vacilamos.
Sonidos que ignoraban ser iguales, apenas iguales:
secretos ejercicios de alegría

visible como el espiado,
como un habla de visible en lo invisible,
la laguna.


Arturo Carrera

sábado, 23 de mayo de 2009

"¿cómo se explica la suerte, cómo se explican las despedidas?"(malyevados)

sin junio pero con frío y lamiéndonos las heridas
arrinconados, mostrando los dientes al espejo para creernos algo más que miedo
uno tenía las canciones y alguien dijo la palabra fé
pero la noche traga y no convida
hay un vestido y un perfume en el fondo del silencio
hay unas escaleras con la memoria intacta
y un país lejano sólo para ellos

dice que también hay pájaros que cantan en la noche

lunes, 6 de abril de 2009

Eliana Medero en el Festival de Tango de Cork

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Junto a Steven O' Neill. Cork, Irlanda. Marzo de 2009.

jueves, 12 de febrero de 2009

"sigo andando y te veo a vos con tus ojos de viajar"



Sos esa belleza que duele.
Aparecés cuando yo acabo de comprender que debo doblar la esquina.
Y ahora parecen no tener sentido mis ganas de curarme. Tu sombra es mi vuelo.

Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad.

Andaban sin buscarse pero sabiendo que andaban para encontrarse.

viernes, 6 de febrero de 2009

Los pies ahogados retornan, blancos, a donde se tienen todos los billetes para una lotería suspendida.
Eslabones de otoño conjuran tu nombre.
Y algo se oxida, incoercible, egoísta, en un rincón del frío, contra una vía muerta.
¿Qué cielo me inventa el celeste de la impostergable búsqueda?
¿Cuántas respuestas he de arrojarle a la esfinge antes de que me sorprendan las horas verdes?
Tiempo de rasguñar la piedra y ahuecar los ojos heridos de "Ultimo tango en París".
Y de esconder en vos pedazos de espejo, por si acaso las lágrimas ya no perfumen el camino de regreso a mí.

lunes, 26 de enero de 2009

con la frente marchita

dónde quedó mi necesidad de escribir sobre los duelos,
dónde si ya se acerca febrero y
yo sigo sin recordar la gran fecha.
el pasado se parece más bien a un espejo infinito queriendo perdonarse.

cuándo termina una película?

(vuelvo al sur como se vuelve siempre al amor)

miércoles, 21 de enero de 2009

¿Qué ves cuando me ves?


Almagro y París


Déjate caer, golondrina, con esas filosas tijeras que recortan el cielo de Saint-Germain-des-Prés, arranca estos ojos que miran sin ver, estoy condenado sin apelación, pronto a ese cadalso azul al que me izan las manos de la mujer cuidando a su hijo, pronto la pena, pronto el orden mentido de estar solo y recobrar la suficiencia, la egociencia, la conciencia. Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo, de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas.


Cap.21 de mi Biblia


Y Oliveira en el perfecto horizonte, el frío, la despedida al pié de una tumba. Brando que realmente me estaba esperando, una bandera verde y el gris de siempre. El corazón al sur. Volver.