ARACA SUR es un espacio artistico que surge ante la necesidad de vivir y difundir nuestra identidad. Por un lado como habitantes de la geografía del sur del mundo, de Latinoamérica, de Buenos Aires. Por otro, ARACA SUR, también participa del sentimiento de sentirse o "ser" al sur como elección y no sólo como determinante de una ubicación geográfica.
O apenas un recorte personal de nuestra Historia intrincada al margen de un río barroso.





martes, 13 de julio de 2010

Adelantos de "Lo verde que no es"

yo te encontré
hamacándote entre el barro y lo sublime
la sonrisa mínima en el gesto
de quien finalmente aprendió a no esperar


hacías canciones como guerras
y la maravilla era ver el estallido
de tu indiferencia contra el tiempo

solías dejar pequeños dolores
azules como migas
para que te siga

alguna vez tuve tu mano y
toqué la distancia entre
tu mundo de colores muertos
y el mío ciego
hecho para las inútiles excavaciones

te gustaba el frío juego
de entrar/salir de mis agujeros
parecías adorar sentir el hielo en mi abrazo

nunca supiste que yo estaba allí

pienso en la manera en que presentías la furia
y cómo te vestías
de verde
para lucirla en escena

fuiste cruel y sincera
y siempre hermosa en tu silencio
simplente te perdías en el ser
como una nena en un arenero
con caramelos

cuando quise tocarte te rompiste
y con tus pedazos sigo
armando el mapa de lo que aún
late bajo estos huesos sin preguntas
algo húmedo que tiembla
como el amor
ofrendas
como el instante cóncavo a donde van a ahogarse los mejores animales de tu memoria
y esa debilidad por los despojos que te cubre los hilitos
de voz
cuando olvidás la certeza en la calle

fundan este espacio que te nombra
con ternura cruda

cuelan las armas de la astucia

y todo lo que sobra es derramado sobre tu vestido



ahora en tu patio está la tarde lamiendo el rastro salado de una sonrisa que va secándose como el poema de un pájaro que se resiste a ser dibujado.



sábado, 10 de julio de 2010

"Como reina que acaba" de Néstor Perlongher

Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos de un
ejército y se unta las costuras de su armiño raído con la sangre o
el belfo o con la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida
monarquía
así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó su blondo
detonar o esparcirse —como reina que abdica— y prendió sus pe-
zones como faros de un vendaval confuso, interminable, como
sargazos donde se ciñen las marismas
Y fueran los naufragios de sus barcas jalones del jirón o bebederos de
pájaros rapaces, pero en cuyo trinar arde junto al dolor ese presentimiento
de extinción del dolor, o de una esperanza vana, o mentirosa, o aún más
la certidumbre

de extinción de extinción como un incendio

como una hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el aliento de
un amante anterior, languidecente, o siquiera el desvío de una nube, de
un nimbo

que el terreno de estos pueriles cielos equivale a un amante, por más
que éste sea un sol, y no amanezca

y no se dé a la luz más que las sombras donde andan las arañas, las
escolopendras con sus plumeros de moscas azules y amarillas

(Por un pasillo humedecido y hosco donde todo fulgor se desvanece)

Por esos tragaluces importunas la yertez de los muertos, su molicie,
yerras por las pirámides hurgando entre las grietas, como alguien que
pudiera organizar los sismos

Pero es colocar contra el simún tu abanico de plumas, como lamer el aire
caliente del desierto, sus hélices resecas

"Fresca" Ricardo Zelarrayán (Argentina, Entre Ríos, Paraná, 1940)

El que se escapa termina solo. Días, a la larga dentelladas, y

el aire no se tiñe como el agua.



Nada pasa de largo y nadie se aguanta tampoco. Traicionera canción

de piedras que se desmoronan. Vaya canto a la soledad. Humo

negro en noche aún más negra que borrachea en el tiempo, sola

al fin, suelta y olvidada como una noche cualquiera.



Se siente en los tobillos, el sueño, el humo, tiempo, hace pasar

los trenes, las carretas lentas, culebras, babosas, lombrices

ciegas.



Las distancias cortas de los cabellos que pudieron escaparse de

la piedra traída de los pelos y de la maldición dicha sin ganas,

estropeada y cariada.



No más ilusiones perpetuamente iluminadas por el sol. La

siesta aplana. El filo es filo.



El cuerpo…o se quiebra o se queda. Aplastado ahí nomás.

Cálculo o maldición no alcanzan a salir de boca e’bagre

apestado.



Sonrisa, un humo de tantos sobre un vértigo de borrachera y el

humo rápido.



Guiñada oscura de los ojos cobardones. Grito blando. Y ni

aguja ni aguijón suicida

Cuerpo de puro salto, gritito, cuerpo blandito. Mordida sin

pausa, serrucho melodiando siempre.



Traición merodea, traición melodea, traición empuja a pura

uña. Y queda el arranque nomás. El arranque de motor

todo. Borrar, pasar el trapo alegremente entre la serenata

de los sapos y el humo silencioso sobre el agua.



La fresca al fin, a fresca. La flor que no se horca nunca.

miércoles, 7 de julio de 2010

lunes, 5 de julio de 2010

Horacio Castillo (Ensenada, 28 de mayo de 1934 – La Plata, 5 de julio 2010).

DICE EURÍDICE

La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías:
horror de que me vieras así, con este tocado de sombra,
el pelo sin brillo -el pelo, que el sol no se cansaba de dorar.
Terror también de que no fueras el mismo -el que permanecía en mi memoria-
y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.
Hace tanto que nadie venía por aquí,
tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.
Después tu calor me condensó, me secó como una vasija,
y caminé por el sombrío corredor
otra vez con aquella máquina atronadora dentro del pecho
y un carbón encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,
los árboles junto a los cuales caminábamos,
aquella habitación llena de espejos
donde flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,
tu pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que tratabas de desprenderte de mí,
de librarte de la trampa de la materia mortal.
"No te vayas -supliqué- no me dejes aquí,
déjame ver de nuevo las nubes y el sol,
suéltame por el mundo como una potranca tracia."
Pero tú ya corrías hacia la salida,
y durante siete días y siete noches oí cómo llorabas,
cómo cantabas en la ribera del río infernal
nuestra vieja canción: "Lo lejano, sólo lo más lejano perdura."


De “Alaska”, 1993