Almagro y París
Déjate caer, golondrina, con esas filosas tijeras que recortan el cielo de Saint-Germain-des-Prés, arranca estos ojos que miran sin ver, estoy condenado sin apelación, pronto a ese cadalso azul al que me izan las manos de la mujer cuidando a su hijo, pronto la pena, pronto el orden mentido de estar solo y recobrar la suficiencia, la egociencia, la conciencia. Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo, de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas.
Cap.21 de mi Biblia
Y Oliveira en el perfecto horizonte, el frío, la despedida al pié de una tumba. Brando que realmente me estaba esperando, una bandera verde y el gris de siempre. El corazón al sur. Volver.
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